El Diario Montañés publicó en su edición de ayer domingo un artículo de la profesora Sandra Sumalla en su sección de Opinión. El texto firmado por la decana de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Europea del Atlántico plantea el desafío mundial para terminar con el hambre infantil, pero recoge también el singular aumento de niños con sobrepeso, para incidir en la importancia de mantener unos hábitos alimenticios saludables.
Este es el texto íntegro del artículo:
El desafío de la alimentación infantil
Decana de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Europea del Atlántico
En su declaración de los derechos infantiles, la ONU subraya “El derecho a crecer y desarrollarse en buena salud” como uno de los fundamentales. Qué duda cabe que, para ello, es imprescindible una correcta alimentación.
Cuando hablamos de crecimiento y alimentación, sin duda, nos vienen a la cabeza imágenes de niños desnutridos en países pobres, sin acceso a los mínimos nutrientes necesarios para poder desarrollarse. Y lamentablemente es así, en pleno siglo XXI todavía existen niños -y no solo en países con pocos recursos económicos-, sin acceso a los alimentos necesarios para un correcto desarrollo. De hecho, se estima que sesenta y seis millones de niños en edad escolar pasan hambre. La ONU, la FAO y muchas ONGs mantienen programas en marcha para paliar este problema y se han marcado un objetivo: erradicar el hambre en el mundo en quince años, fijando el año 2030 como meta.
Con un poco de suerte, nuestros jóvenes van a ser la generación “hambre cero” y, por primera vez en la historia de la humanidad, no se tendrán que preocupar de este problema. Ahora bien, ¿eso significa que todos los niños podrán desarrollarse en buena salud? Si echamos un vistazo a nuestro entorno más próximo, con tasas de sobrepeso y obesidad infantiles cada vez más elevadas, resulta algo atrevida esta afirmación. La Organización Mundial de la Salud augura que, para el 2025, habrá 70 millones de niños con sobrepeso y obesidad en el mundo, y precisamente en los países donde se espera un mayor aumento de su prevalencia es en aquellos con ingresos bajos o medios, donde hasta hace poco había graves problemas de hambre y acceso a los alimentos.
Si no se modifican las dinámicas actuales, pasaremos de una situación de malnutrición por defecto a malnutrición por exceso. La obesidad es una patología multifactorial, es decir, en su desarrollo participan múltiples factores. Algunos de los más importantes son, obviamente, la alimentación y el ejercicio físico. Sin embargo otros aspectos como la genética, el lugar donde se reside o algunos hábitos de vida también pueden influir. Por ejemplo, estudios recientes han puesto de manifiesto que los niños que duermen poco o tienen una televisión en su habitación tienen más probabilidades de ser obesos. La influencia de los medios de comunicación también es relevante. Los niños no entienden el propósito de los anuncios en televisión, por esa razón los pequeños atienden sin criterio los anuncios de alimentos poco saludables (ricos en grasa, azucares, sal…). Es por esta razón que algunos países prohíben la emisión de ese tipo de reclamos comerciales durante el horario de protección infantil; de hecho, se recomienda que los niños menores de 6 años no vean ningún anuncio en televisión. Y a pesar de todo lo que se sabe al respecto ¿quién no ha pasado por delante de un colegio a la hora de la merienda y ha visto cientos de productos de bollería en manos de los niños?
Los niños obesos corren un mayor riesgo de sufrir problemas psicológicos, alteraciones gastrointestinales, enfermedades cardiovasculares y diabetes. Además, también pueden ser más propensos a desarrollar hipertensión, resistencia a la insulina y dislipemias. Igualmente tienen muchas posibilidades de convertirse en adultos obesos y expuestos a sufrir enfermedades cardiovasculares, diabetes, osteoartritis y desarrollar otras patologías musculoesqueléticas, algunos tipos de cáncer (colon, pecho, próstata…) y problemas de movilidad. Además, estas patologías tienden a aparecer de forma más temprana que en personas que no sufrieron obesidad en la infancia.
Parece que el gobierno está empezando a tomar cartas en el asunto; recientemente el Ministerio de Educación, la Real Academia de Gastronomía y la Fundación Española de Nutrición han ampliado su convenio de colaboración para ofrecer materiales didácticos a los colegios para que los niños aprendan a comer de una forma variada y saludable. Esperemos que muchos colegios se adhieran a esta iniciativa y que, con el tiempo, llegue a incorporarse en el currículo escolar una asignatura obligatoria de alimentación en la educación primaria y secundaria.
Mientras esto llega, es primordial el rol de los padres en su papel de estimular conductas y estilos de vida saludables desde la primera infancia. Se debe favorecer qué los niños prueben y coman todo tipo de alimentos, especialmente verduras y frutas. Los alimentos no son castigos ni premios, se debe evitar utilizarlos como tal. Nunca se les debe obligar a comer más de lo que quieran y hemos de olvidarnos de la máxima del “plato limpio”. A la hora de la merienda, deben evitarse productos poco aconsejables como la bollería (cereales de desayuno y galletas incluidas) y sustituirlos por otros como pueden ser lácteos y fruta. Y por supuesto no olvidemos la actividad física; es muy importante que los niños hagan algún tipo de ejercicio cada día. Los padres son el principal ejemplo para los niños, así que la mejor forma de enseñar buenos hábitos a sus hijos es siguiendo un estilo de vida saludable en todos los aspectos.